domingo, 18 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado IV


Llegaron hasta la colina que se veía desde el mar, donde estaba colgado el columpio. Corrió hasta él y se sentó sobre el neumático; se deshizo de los zapatos y comenzó a mecerse.

Otras sensaciones que añoraba regresaron: la caricia del viento con fuerza en su cara, el cabello flotando en el aire y la lluvia de rayitos de sol entre las hojas mientras se mecía entre las ramas...


Como una foto en blanco y negro, una imagen se pasó por su cabeza: veintidós años atrás, en aquel mismo columpio estaba ella con bañador y el pelo largísimo al viento, riendo sola y cantando cuando apareció Alex con la
cara muy seria.
–Qué ocurre –paró en seco.
Él se puso frente a ella y no fue capaz de mirarla a los ojos.
–¡Alex!
–He ido a tu casa y mirado por tu ventana para ver si estabas ... y he visto un billete de barco.
Se puso muy tensa.
–¿Cuándo pensabas decirme que te ibas?
–Te lo llevo diciendo años. Ya soy mayor de edad y puedo valerme por mí misma.
–¿Lo sabe tu madre?
–¡No! –perdió el equilibrio y se cayó del columpio– No dejaría que me marchase.
Él apretó los puños con fuerza y el rostro se le crispó de rabia. Por fin la miró a los ojos.
–¡No puedes irte!


La imagen se desvaneció poco a poco y, para cuando volvió en sí , Alex la miraba con tristeza.
–Recuérdame... ¿Por qué te marchastes?
Se sentó junto a él, en el suelo, con la espalda apoyada contra el tronco del árbol. Suspiró.

–Una isla demasiado pequeña para unas ambiciones demasiado grandes.
–Pero dejaste algo en esta isla, a alguien que nunca dejó de pensar en ti... hasta morir de pena.
Apoyó la cabeza en su hombro y le miró con expresión apenada.
–Lo siento.
El forzó una sonrisa, lo más sincera que pudo.
–Venga, vayamos a dar un paseo.

Fueron por los caminos que solían recorrer juntos cuando ella vivía allí hasta llegar a un puente que cruzaba la desembocadura del único río de la isla.
Le miró suspicaz y luego le tomó de la mano.
–Sí, te he traído aquí a propósito –dijo él.
–Aquí fue donde le robaste un beso a una niña inocente.
–No tan inocente –bromeó.
Ella no se había enamorado de nadie más; no por falta de oportunidades, ya que era una mujer exitosa, buena y preciosa que había conocido mucha gente debido a su trabajo como periodista. Pero no había ni un solo hombre que la hubiese llenado tanto como Alex, y tampoco consideraba imprescindible compartir su vida con alguien.
Bajaron por un sendero hasta la playa junto al puerto, y allí se quedaron, esperando que el sol cayese en el horizonte como para poder seguir retomando el tiempo perdido por una distancia de años.




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