–Hoy era el día...
Pese al tono grave de voz masculina cambiada por los años, pudo reconocerle. Pero no podía creerlo, simplemente no podía ser cierto...
Levantó la vista y allí estaba, en el umbral de la puerta. Era más alto, estaba más fuerte, tenía una barba descuidada y algunas arrugas surcaban su piel... pero era él; sus ojos se lo decían, aquel verde agua marina era inconfundible. Le sonreía con las manos metidas en los bolsillos y una expresión de felicidad absoluta. Tenía veintidós años más, pero en el fondo seguía siendo el chico de dieciocho años que dejó en la isla.
Se levantó y corrió hasta él. Pienso que quizás aquello no fuese lo correcto para una mujer de su edad, pero era tal la emoción que la embargaba que lo demás le daba igual.
Él la rodeó correspondiendo a aquel abrazo....; se quedaron así largo tiempo...
Inspiró el olor de aquel hombre que ella seguía viendo como un chico.
–Oh, Dios... Marta, por fin has vuelto. Ella le miró y sonrió sin querer.
–Eres tú. ¡Has cambiado tanto... !
–...Han pasado los años sobre mí –se mesó la nuca con inseguridad, como solía hacer.
–Sí...
Volvió a estrecharle como si sintiese que en cualquier momento se fuese a ir.
–¿Por qué no volviste antes? –hubiera deseado no hacer aquella pregunta, pero tenía que saberlo.
–Tenía miedo de no tener valor para volver a irme, no sabía qué me diría mi madre... pero lo importante es que ya estoy aquí
–Sí, es lo importante.
–¿Por qué está así ... esto? –se apartó de él con cuidado y miró la parcela.
–Tu madre... esto-no era nada fácil hablar de eso, tener esa conversación después de tanto tiempo- ... murió dos años después de que te marchases; ...más bien, se dejó morir.
Volvió a mirarle. Sentía que las lágrimas acudían a sus ojos pero se negaba a llorar.
–La incineramos y esparcimos sus cenizas por toda la isla y el mar.
–Alex... vámonos de aquí, por favor.
–Sí... –no entendió muy bien, pero la mirada de ella era suplicante.
Caminaron en silencio y pausadamente. Marta andaba observándolo todo con los ojos abiertos de par en par para no perderse nada, como un niño pequeño que ve el mundo por primera vez.
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