miércoles, 21 de diciembre de 2011

Susurros de madrugada


Al tocar la madrugada
la neurona hacendosa,
en un instante de lucidez,
se convierte en juez y jurado
dictando sentencias en los pleitos
defendidos por la sinrazón.

Son esos momentos los que piden
a mis manos acercarse la tinta,
para esculpirle palabras
a un papel desprovisto de calor,
de emociones y de sueños,
desamparado en un mar de calma.

Son esos momentos concretos
los que dan sentido a cada noche
en la que mi única compañía
es cada una de sus dolorosas ausencias.
esas noches en las que mis manos tejen versos
por no poder enredarse en su pelo.

Esas noches en las que el único calor
es el de la luz que arroja en la oscuridad
inquebrantable, un flexo inquisidor,
que alumbra los pasos
de los sueños que ya no tengo,
de las letras que ya no escribo

lunes, 19 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado V


Se sentaron en unas rocas que la marea aún no había alcanzado.
–¿Sabes? Me alegré mucho de que cumplieses tu sueño.
Le miró extrañada.
–Sí. Leí tus libros.
–Oh...
–Y quisiera pedirte un favor, ahora que tengo tiempo.
–Claro. Pide lo que quieras....
Tragó saliva y la miró solemnemente.
–Quisiera... que escribieses sobre nosotros, sobre este lugar, sobre lo que vivimos... ; sólo para que siempre puedas recordarme.
–No entiendo..., yo siempre te he recordado.
–Pero quizás las cosas cambien desde ahora... Prométemelo, promete que escribirás sobre nosotros.
–Te lo prometo –le dedicó una sonrisa–. Estás muy raro...
Una expresión de amargura disfrazada le recorrió el rostro...
Cuando el crepúsculo tiñó las nubes de tonos naranjas y rojos, decidieron volver a casa. Ella se adelantó un poco para poder disfrutar sin distracciones de la cálida sensación del mar; pero cuando se dio la vuelta, él no estaba.




Nos vemos el año que viene con la última entrega. Gracias por dejarte caer en mis sueños.

domingo, 18 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado IV


Llegaron hasta la colina que se veía desde el mar, donde estaba colgado el columpio. Corrió hasta él y se sentó sobre el neumático; se deshizo de los zapatos y comenzó a mecerse.

Otras sensaciones que añoraba regresaron: la caricia del viento con fuerza en su cara, el cabello flotando en el aire y la lluvia de rayitos de sol entre las hojas mientras se mecía entre las ramas...


Como una foto en blanco y negro, una imagen se pasó por su cabeza: veintidós años atrás, en aquel mismo columpio estaba ella con bañador y el pelo largísimo al viento, riendo sola y cantando cuando apareció Alex con la
cara muy seria.
–Qué ocurre –paró en seco.
Él se puso frente a ella y no fue capaz de mirarla a los ojos.
–¡Alex!
–He ido a tu casa y mirado por tu ventana para ver si estabas ... y he visto un billete de barco.
Se puso muy tensa.
–¿Cuándo pensabas decirme que te ibas?
–Te lo llevo diciendo años. Ya soy mayor de edad y puedo valerme por mí misma.
–¿Lo sabe tu madre?
–¡No! –perdió el equilibrio y se cayó del columpio– No dejaría que me marchase.
Él apretó los puños con fuerza y el rostro se le crispó de rabia. Por fin la miró a los ojos.
–¡No puedes irte!


La imagen se desvaneció poco a poco y, para cuando volvió en sí , Alex la miraba con tristeza.
–Recuérdame... ¿Por qué te marchastes?
Se sentó junto a él, en el suelo, con la espalda apoyada contra el tronco del árbol. Suspiró.

–Una isla demasiado pequeña para unas ambiciones demasiado grandes.
–Pero dejaste algo en esta isla, a alguien que nunca dejó de pensar en ti... hasta morir de pena.
Apoyó la cabeza en su hombro y le miró con expresión apenada.
–Lo siento.
El forzó una sonrisa, lo más sincera que pudo.
–Venga, vayamos a dar un paseo.

Fueron por los caminos que solían recorrer juntos cuando ella vivía allí hasta llegar a un puente que cruzaba la desembocadura del único río de la isla.
Le miró suspicaz y luego le tomó de la mano.
–Sí, te he traído aquí a propósito –dijo él.
–Aquí fue donde le robaste un beso a una niña inocente.
–No tan inocente –bromeó.
Ella no se había enamorado de nadie más; no por falta de oportunidades, ya que era una mujer exitosa, buena y preciosa que había conocido mucha gente debido a su trabajo como periodista. Pero no había ni un solo hombre que la hubiese llenado tanto como Alex, y tampoco consideraba imprescindible compartir su vida con alguien.
Bajaron por un sendero hasta la playa junto al puerto, y allí se quedaron, esperando que el sol cayese en el horizonte como para poder seguir retomando el tiempo perdido por una distancia de años.




sábado, 17 de diciembre de 2011

Vencí al fantasma


Desperté de mi  letargo
decidido y pluma en ristre
Cargué contra mis molinos,
escribí el poema.

El inesperado resultado fue
huesos rotos y versos quebrados.
Vencí al fantasma,
derroté a mis miedos.

La victoria amarga,
la más dulce de todas.
las cicatrices son el recuerdo
de la bella hazaña.

jueves, 15 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado III


–Hoy era el día...
Pese al tono grave de voz masculina cambiada por los años, pudo reconocerle. Pero no podía creerlo, simplemente no podía ser cierto...
Levantó la vista y allí estaba, en el umbral de la puerta. Era más alto, estaba más fuerte, tenía una barba descuidada y algunas arrugas surcaban su piel... pero era él; sus ojos se lo decían, aquel verde agua marina era inconfundible. Le sonreía con las manos metidas en los bolsillos y una expresión de felicidad absoluta. Tenía veintidós años más, pero en el fondo seguía siendo el chico de dieciocho años que dejó en la isla.
Se levantó y corrió hasta él. Pienso que quizás aquello no fuese lo correcto para una mujer de su edad, pero era tal la emoción que la embargaba que lo demás le daba igual.
Él la rodeó correspondiendo a aquel abrazo....; se quedaron así largo tiempo...
Inspiró el olor de aquel hombre que ella seguía viendo como un chico.
–Oh, Dios... Marta, por fin has vuelto. Ella le miró y sonrió sin querer.
–Eres tú. ¡Has cambiado tanto... !
–...Han pasado los años sobre mí –se mesó la nuca con inseguridad, como solía hacer.
–Sí...
Volvió a estrecharle como si sintiese que en cualquier momento se fuese a ir.
–¿Por qué no volviste antes? –hubiera deseado no hacer aquella pregunta, pero tenía que saberlo.
–Tenía miedo de no tener valor para volver a irme, no sabía qué me diría mi madre... pero lo importante es que ya estoy aquí
–Sí, es lo importante.
–¿Por qué está así ... esto? –se apartó de él con cuidado y miró la parcela.
–Tu madre... esto-no era nada fácil hablar de eso, tener esa conversación después de tanto tiempo- ... murió dos años después de que te marchases; ...más bien, se dejó morir.
Volvió a mirarle. Sentía que las lágrimas acudían a sus ojos pero se negaba a llorar.
–La incineramos y esparcimos sus cenizas por toda la isla y el mar.
–Alex... vámonos de aquí, por favor.
–Sí... –no entendió muy bien, pero la mirada de ella era suplicante.
Caminaron en silencio y pausadamente. Marta andaba observándolo todo con los ojos abiertos de par en par para no perderse nada, como un niño pequeño que ve el mundo por primera vez.
Pese a que ya lo tenía visto, todo había cambiado, todo había crecido. 

martes, 13 de diciembre de 2011

Espectros de una noche de invierno


La sequía es el fantasma
que me acecha en cada esquina.
Son mis miedos,
los que me acojonan
a cada falta de letras.
El preludio de una etapa
de fracasos sin sentido,
de escasez de noches en vela,
de entradas en blanco
en un blog vacío.
Pero entonces despierto,
y mis manos acarician la pluma
pariendo a golpe de tinta
esbozos de ilusiones
y bocetos de desviaros.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado II


Llegaron al puerto y el capitán ordenó desembarcar.
Cogió la pequeña maleta que llevaba, pues no tenía pensado quedarse mucho tiempo, echó un vistazo a su alrededor y atravesó el muelle con rapidez.
Al llegar a la arena paró un momento, se descalzó para sentirla bajo sus pies e inhaló los aromas del puerto mientras escuchaba el graznido de las gaviotas en el cielo. Redes al sol, sal, humedad, el sonido de las olas... llevaba muchos años extrañando todo aquello.

No entendía bien lo que le había empujado a volver; quizás un impulso… simplemente lo siguió a ciegas porque sentía que se lo debía a ella misma.
Subió hasta el camino principal y anduvo sin prisas por los senderos que conducían hasta su casa. Todo había cambiando un poco, pero lo importante seguía allí.
Pudo ver la cerca blanca que tapiaba su casa y el portalón negro que siempre permanecía abierto; respiró profundamente un par de veces y entró con paso decidido. Pero su caminar se fue parando a medida que contemplaba el paraje que la rodeaba: una casa abandonada; donde ella recordaba un frondoso jardín cuidado y lleno de flores sólo había matojos de cardos y hierbajos, enredaderas cubriendo el interior de la tapia y ramas de árboles abriéndose
paso por las ventanas.
Sintió un hueco, un vacio inmenso en el corazón, como si todo lo que recordase sólo fuesen sueños.
Se arrodilló junto al camino de piedras que llevaba a la entrada y empezó a arrancar manojos de hierbas con rabia hasta que le dolieron las manos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El horizonte del pasado I





Cuando el capitán dio el aviso de que ya se avistaba tierra, salió corriendo
de su camarote y subió a cubierta. Apenas una línea en el horizonte.


Estaba sentado en el muelle, oteando las naves que se dibujaban en aquella fina línea que apenas determinaba el fin del mar y el principio del cielo.
Una mujer anciana vestida de negro, con pañuelo de este mismo color en la
cabeza, se acerco a él, apoyada sobre su bastón de madera.
–¿Aún estas aquí? –le dijo la mujer.
Él sonrió ampliamente
–Como cada día.
–Como siempre –gruñó– pierde la esperanza y márchate de una vez.
–No puedo, no sin antes verla.
–¡Márchate! –se fue murmurando y maldiciendo por lo bajo.
Él no borró la sonrisa de su cara y fijó la vista de nuevo en el mar.
«Estoy seguro, hoy es el día.»
...La misma frase de siempre.


Cada vez faltaba menos, podía ver desde la proa una colina con un columpio de dos sogas y un neumático colgado de un árbol mucho más grande de lo que ella recordaba. Aquel lauro, a diferencia de ella, había echado raíces y crecido en aquella isla tan pequeña y tan aislada del mundo. Mil recuerdos le asaltaron por cada rincón de su mente y, pese a todo, la melancolía de su corazón no conseguía arrancarle una lágrima; sus experiencias de la vida la habían forjado un carácter fuerte que la hacía ahogar sus sentimientos.

El viento cálido del mar mecía su pelo y acariciaba su cara, como si quisiera darle la bienvenida a aquel lugar que la vio crecer un tiempo atrás, que guardaba sus recuerdos y su infancia, aquel pequeño islote en medio del mar... su hogar.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Interrogatorio de madrugada

Quien soy yo?
Soy el reflejo
en un espejo roto?
Soy el tipo aquel
que sale en las fotos?
Soy el dueño
de un susurro quedo
que alfombra la madrugada?
Soy el bufón artífice
de la bobada de turno?
Soy el responsable
de cada silencio?
Soy el mensajero
de una caricia
sin nada en el remite?
Soy el mago
que ilusiona con los sueños?
Soy el cobarde
que trafica con sus miedos?
Soy el hombre
que engalana los pesares?
Soy el niño
que aun habita en cada tarde?

Soy cada risa que provoco.
Soy cada sueño que cumplo.
Soy cada palabra que invento.
Soy cada beso que robo.
Soy cada lagrima que derramo.
Soy cada abrazo que regalo.
Soy cada minuto, cada instante
junto la gente que amo.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Pánico a las cuatro y veintidós.

De nuevo, sentado en su silla frente a la ventana de su habitación, contemplaba intranquilo el cielo, del mismo gris que los sueños ya pasados. A las cuatro y veintidós minutos de la madrugada solo te despiertan las inquietudes, a las cuatro y veintidós de la madrugada lo único que te hace encenderte un cigarro son las inquietudes, a las cuatro y veintidós de la madrugada lo único que te hace salir de la cama son las inquietudes... las malditas inquietudes.
Mientras se encendía el segundo cigarro, encendido con el ultimo suspiro del anterior, se quedo mirando fijamente la capa oscura que cubría la ciudad; "¿contaminación o nubes?", se pregunto en silencio. Odiaba aquella maldita ciudad... demasiada gente, demasiado ruido, demasiada contaminación; ver una estrella desde su ventana era casi tan imposible como que pudiese volver a llorar. Se revolvió el pelo con enfado y, dejando el cigarro a un lado, cogió una hoja y empezó a escribir, a escribir con rabia palabras aparentemente inconexas, cosas que no tenían sentido, frases sueltas, exclamaciones, interrogaciones, garabatos... todo y nada... ella estaba en cada trazo y a la vez en ninguno, ¿tan fuerte era el subconsciente? Lanzo el lápiz contra la pared y devolvió el cigarro a sus labios para darle otras tantas caladas, había vuelto a fumar compulsivamente, como cada vez que se tambaleaba, como cada vez que el mundo de "no entender nada" le daba la bienvenida. Golpeo la mesa con fuerza repetidas veces y después le dio la última calada al cigarro, abrió la ventana y expulso el humo con fuerza hacia el cielo, "¿qué estoy haciendo? ¿Se supone que así despejare el cielo?", se dejo caer sobre la silla y apoyo la cabeza sobre la mesa, cerrando los ojos con fuerza y deseando con ansiedad recuperar la cordura "¿tan estúpido soy como para perder los nervios de esta manera por ella? ¿y quien es ella? ¡Nadie!" Levanto la cabeza y miro una vez mas al firmamento, se iba a dar la vuelta cuando algo llamo su atención: ¡una estrella!, no era especialmente brillante ni grande, pero ahí estaba, en un pequeño claro de nubes durante menos de seis segundos, había sobrevivido a la contaminación, había lucido para el y lo sabia, era su milagro. Y, sin quererlo, una lagrima se le escapo de los ojos y bajo rodando hasta estrellarse contra el suelo y tras ella fueron muchas mas. Se tumbo boca arriba y, en medio de toda aquella confusión, estallo en una carcajada para luego cubrirse la cara con la almohada. ¿Pero por que lloraba? ¿Por que reía descontroladamente? Ella volvió a asomarse por sus pensamientos y algo empezó a impedirle respirar con facilidad, un nudo en la garganta que empezó a descender hasta la boca del estomago para quedarse ahí instalado el resto de la noche; no podía creer que ella hubiese provocado aquellas cosas, podía contar el numero de veces que se habían visto con los dedos de una mano y aun así allí estaba, creando intranquilidad. Llevaba tanto tiempo sin enamorarse de alguien que ni si quiera podía definir si aquello realmente era "estar enamorado", había creado un sólido muro y dentro de este había metido con calzador todos sus sentimientos... tanto tiempo sin poder soñar, sin llorar ni emocionarse, sin sentir nada que le llevase a poner negro sobre blanco y sin embargo aquella noche había vuelto a escribir y había vuelto a llorar y a reír; su sólido muro a prueba de emociones se había resquebrajado, estaba lleno de grietas y corría el riesgo de volver a ser como antes, como cuando todo valía para defender una causa perdida y ese ideal de "libertad, belleza, verdad y amor" escalaba peligrosamente para volver a instalarse en su brazo como escudo contra la realidad. A ojos de todos había perdido los sentimientos, y era cierto, era el amigo soltero que estaba dándole un respiro a su corazón, que besaba sin sentido y a ciegas a princesas huecas y que era de hielo... pero estaba vacío y lo llevaba en secreto y de pronto todos los sentimientos a flor de piel, todo lo perdido recuperado y todo explotando dentro, bombas destruyendo el muro y caudales por los que fluía la sinrazón para ahogar el perfecto equilibrio. ¿Y por qué ella? ¿Por qué justo ella? ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué? ¿Qué tenía? No lo podría decir, no podría describirlo, mas allá de la simple atracción física que le hacia besar sin control labios marchitos había algo, pero es que no podía decirlo; cuando te enamoras, no lo haces de un físico ni de una cualidad concreta, te enamoras de aquello a lo que no se le puede poner nombre, lo que menos explicación tiene y, seguramente, lo que mas loco te puede volver. Y cuando te enamoras te trastornas y todo pierde sentido, un sentido que se torna absurdo y recobra nuevos matices, connotaciones absurdamente alegres y bonitas que te hacen pasearte lejos del suelo y... te vuelven... vulnerable. Ahí estaba, el único sentimiento que podía estropear la euforia del momento: el miedo. Ese miedo que empezaba a reconstruir rápidamente el muro, casi a la desesperada, intentando meter de nuevo los sentimientos desbocados dentro, ese que le había servido de escudo todo este tiempo hasta que ella hizo su aparición en escena, el miedo de terminar con el corazón roto, del rechazo, de una nueva desilusión. ¿Valía la pena dejarse llevar? ¿Valía la pena tener sentimientos a cambio de todo el posible dolor que esto pudiese acarrear? Y como siempre, sin una respuesta.
Abrió la ventana y dejo pasar el frío, el frío siempre le ayudaba a aclararse y siempre estaba  dentro, latente, preparado para protegerle siempre que fuese necesario, pues se había convertido en su compañero durante muchos meses y en el fondo no querían separarse, pero extrañaba tanto el cálido amor...

domingo, 4 de diciembre de 2011

Puñado de "quizases"

Quizás lo mas interesante que dije
fuese un largo silencio.
Quizás mi aparición estelar
fuese una ausencia.
Quizás mi momento de gloria
fuese no hacer nada.
Quizás mi mejor verso
fuese un renglón en blanco.
Quizás mi mejor camino
fuese un sendero desconocido.
Quizás mi mejor regalo
fuese un paquete vacío.
Quizás mi mejor sentimiento
fuese un anhelo.
Quizás toque perderse
en los pasillos de la memoria.
Quizás toque vivir
en el refugio del olvido.
Quizás yo no sea yo.

Quizás todo esto no sea cierto.