A veces, a veces necesito una canción ajena para devolverme al mundo. Cinco minutos de paz. Ese puntito reflexivo que me cierra el día. Un último impulso para recoger las miserias que tiro en el camino. De noche, cuando miro atrás, y lo que veo no me gusta, un segundo de “ruido”, un acorde, una voz... me deja suspendido en un espacio infinito, en mi pequeño remanso de paz. Y quizás por primera vez en veinticuatro horas sea realmente libre. Cinco minutos. Un puñado de segundos. El susurro quedo de una guitarra anuncia el final. El fin de la tregua, volvemos a las armas. Al combate contra mi propia sombra. A despreciar el reflejo en el espejo de cada mañana. A lidiar con mi locura.
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