–¿Alex?
Volvió sobre sus pasos, pero sólo había un par de huellas: las suyas.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
–El no está.
Se giró y vio a una anciana salida de la nada, vestida de negro con un bastón en la mano derecha.
–Ya veo que no está. ¿Sabe dónde ha ido?
–Nunca estuvo...
–¿Qué? –frunció el ceño.
–Que él murió hace tiempo.
Se quedó helada.
–Pero... yo he pasado con él toda la tarde..., no puede ser...
–Si no me crees, su tumba está en el cementerio. Murió hace dos años mientras te esperaba. Le cogió una tormenta y una ola le lanzó contra los acantilados...
–¿Me está diciendo que llevo toda la tarde con un fantasma?
–No, hija; con un recuerdo. Tenías tantas ganas de verle que él no podía irse del todo sin despedirse de ti. Te aferraste a lo que quedaba de él.
Se levantó viento.
–Y usted ... ¿quién es?
–Nadie... sólo otro recuerdo...
La mujer empezó a desaparecer, a desdibujarse con la arena que el viento levantaba, ante sus propios ojos. No podía creerlo, era como estar en una pesadilla de la que no se podía escapar.
Subió corriendo a lo alto de la isla, donde unos muros y unos cipreses resguardaban los sepulcros de aquellos que se habían marchado para no volver. Estaba sin aire, pero necesitaba demostrar que lo que la mujer había contado era mentira.
Recorrió todo el cementerio, que no era muy grande, mirando los nombres que figuraban en las lápidas.... Casi llegaba al final cuando encontró lo que en realidad no quería encontrar; el nombre de ese chico al que había dejado en la isla, el recuerdo que se había despedido de ella y, por fin, descansaba en paz.
Se abrazó a la fría piedra que cubría su tumba y las lágrimas anegaron sus ojos.
–¡Lo siento! ¡Perdóname!
Paso allí toda la noche y parte del día siguiente, lamentándolo todo. Había cumplido su sueño, sí ... pero a un alto precio.
Cuando se serenó, se seco las lágrimas que no había derramado en años y sonrió a la tumba:
–Siento haber llegado tan tarde, pero te juro que cumpliré mi promesa.
Volvió a su casa, tomó unos folios y una pluma, regresó de nuevo al cementerio y se sentó junto al sepulcro. Suspiró un par de veces mientras acariciaba la lápida y lentamente llenó las blancas hojas de palabras de amor, de frases, de recuerdos... de lágrimas de añoranza y de dolor...
Cuando el capitán dio el aviso de que ya se avistaba tierra, salí corriendo de mi camarote y subí a cubierta. A penas una línea en el horizonte...
Me resulta extrañamente familiar... cómo me ha emocionado!
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