Dónde quedaron las
madrugadas
en las que aun era capaz
de escribir,
los papeles arrugados, las
manchas de tinta azul.
Los desvelos, los sueños.
Loas anhelos de lo que
nunca seré.
Los destrozos de versos
quebrados
bajo la luz cálida de un
flexo.
Las ideas rechazadas
que siempre evitan un
folio en blanco..
El síndrome de Estocolmo
que me atrae a esta
habitación.
El qué quedara después.
El no seré yo quien lo
lea.
Y por mucho que quiera
en mis madrugadas no me
quedan
ni desvelos ni consuelos,
que emborronen mi fe con
tinta,
con mi sangre derramada,
con lo poco que fui yo.